Joan Garcia del Muro.

 

Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull y del Institut Obert de Catalunya. Joan Garcia del Muro es uno de los ensayistas más galardonados en literatura catalana. De entre sus libros destacamos El pensament ferit  (Premio de Ensayo Mancomunitat de la Ribera Alta 1999),  Ficcions Còmplices (Premio Joan Fuster de ensayo 2003), Soldats del no-res (Premio Joan Fuster de ensayo 2016) o su último libro, Good bye, veritat, una aproximació a la postveritat (Premio Josep Vallverdú 2017). Nos encontramos para conversar en la Plaza Kobe de Barcelona, ​​las palabras de Juan Garcia del Muro acompañan su mirada: pausada y reflexiva.

 

¿Desde cuando le interesa el pensamiento filosófico?

Estaba estudiando el bachillerato científico en Lleida y la verdad es que no me había pasado por la cabeza la filosofía, porque no se trata en etapas iniciales de la enseñanza, y no conocía nada, tal vez me sonaba algún autor. Entonces, cuando casi tenía decidido estudiar física, descubrí la filosofía. Creo que una de las cosas que me atrajo fue que las preguntas filosóficas son complejas, extrañas, nunca puedes estar seguro de que has demostrado algo, y aquello me gustaba. Me pareció que la filosofía se atrevía a plantear las preguntas más difíciles … Tan difíciles que no podían ser contestadas aplicando el método científico. Y eran, en realidad, las preguntas que más me interesaban vitalmente. Las más importantes. Para ser sincero del todo, debo añadir que lo que me terminó de decidir a estudiar filosofía es que en Lleida no se podía estudiar, y aquello de tener que ir a Barcelona ya era la guinda del pastel. (sonríe)

 

En su libro El pensament ferit dice que nos encontramos en un tiempo extrañamente nietzscheano. Un tiempo de pérdida de confianza en la razón y sus fuerzas. ¿Qué función tenía antes el pensamiento filosófico de los clásicos y hacia qué dirección se ha ido desplazado con el pensamiento posmoderno?

Es un poco lo de la renuncia a todos los ideales, al absoluto, a las certezas, el nihilismo. Creo que Nietzsche tenía un componente trágico, que era algo inevitable porque él no podía seguir creyendo en todas las cosas que se creían antes, pero tenía la conciencia de que ello conllevaba una manera de vivir más dura, más difícil, y es como si hoy día hubiéramos asumido este nihilismo, pero de una manera superficial, «extrañamente nietzscheano», en el que hemos asumido la muerte de Dios, pero nos lo tomamos a la ligera. Digamos que el pensamiento moderno defendía una fe absoluta en la razón, es lo de Kant con la mayoría de edad, a mí nadie tiene que decirme lo que tengo que hacer, sino que la razón me permitirá conocer todos los grandes principios, las grandes ideas, y esto derivó hacia un racionalismo y una seguridad de tener muy claro lo que es la verdad, los grandes principios o las grandes ideas. En el fondo, a lo que nos llevó fue a una especie de dogmatismo de la verdad, la verdad en mayúsculas, simple y contundente. Es como si los filósofos posmodernos se diesen cuenta que todas las cosas positivas de la ilustración en realidad no eran tan positivas, sino que según como se aplicaban tenían sus inconvenientes. La certeza que proporcionaba la razón parece como si hubiera legitimado hacer ecuaciones, que al final derivaron en la barbarie. Creo que la Escuela de Frankfurt fue uno de los precedentes del pensamiento posmoderno e incluso para mí más interesante, porque sobre todo denuncia la razón instrumental, es decir, esta confianza en la razón al final se ha convertido en un dominar perfectamente las técnicas, los medios, el cómo funcionan las cosas e ir avanzando. Pero la razón solo es un medio, y se ha perdido la perspectiva desde fuera, una perspectiva que salga del ámbito puramente racional del cómo y se plantee: ¿hacia dónde vamos ?, ¿qué sentido tiene ?, ¿vale la pena? Entonces, esta crítica de la razón instrumental me parece que es la base de este pensamiento.


 

«Como metáfora, podríamos decir que somos la generación de el césped artificial: quiero tener césped, pero no me puedo dedicar al esfuerzo de cultivar la tierra»

 

Sin duda, si tuviéramos que mencionar un factor que defina nuestra sociedad contemporánea sería la rapidez. ¿De qué manera piensa que influye esta instantaneidad en la manera de pensar y reflexionar si casi no tenemos tiempo para hacerlo?

Me parece una de las cuestiones que sociológicamente se deberían estudiar más, porque es una característica de nuestra sociedad que has definido perfectamente. Hice un pequeño ensayo sobre pedagogía que se titulaba La generació easy, y me parece un poco eso, la instantaneidad, es decir: «no estoy dispuesto a grandes esfuerzos o esperas». Como metáfora, podríamos decir que somos la generación de el césped artificial: quiero tener césped, pero no me puedo dedicar al esfuerzo de cultivar la tierra, regar, segar, abonar, volver a regar …, entonces pongo en el jardín esta especie de moqueta verde y ya está. Esto se ve en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y es evidente que soluciones o fórmulas demasiado simples nunca hacen justicia a los matices que tiene la realidad. Si yo pretendo interpretar la realidad, que siempre es mucho más compleja, y lo que hago es traducirla en fórmulas muy simples o instantáneas, siempre haré una injusticia, siempre estaré empobreciendo monstruosamente la realidad, y esto en el ámbito humano me parece terrorífico. Podríamos decir que uno de los rasgos que favorecen este tipo de populismo que nos está invadiendo es justamente esto, que con los grandes problemas alguien venda y dé una solución simple, contundente, emocional y, además, esta solución eche la culpa a los demás.Si no tienes tiempo para pensar, lo que haces es repetir lo que te ha dicho otro, estarás buscando soluciones simples y prefabricadas. No parece que sea la mejor manera de hacer las cosas.

 

Podríamos decir que el pensamiento posmoderno rechaza todo lo que pueda ser etiquetado, lo que puede convertirse en universal, ya que nos puede conducir a tener actitudes totalitarias. Como identidad es conceptualización (o conceptualizar es identificar), es necesario que la filosofía renuncie a su afán identificador …

La crítica a la conceptualización, la clasificación o etiquetar, claro que tiene parte de razón, pero hoy en día a mí me parece que si solo nos centramos en esto, es algo anacrónico. Sí que es verdad que ha habido momentos en que el exceso de confianza en la razón, incluso el superávit de verdad, nos ha llevado a la catástrofe, pero actualmente tal vez el mayor peligro no es este, sino precisamente lo contrario. No me asusta tanto alguna persona que sea muy cuadriculada y que esté tan convencida de sus certezas como precisamente el que no cree en nada, o el que no tiene ningún principio, ni ningún valor, y todo lo ve tan relativo que es capaz de hacer cualquier cosa. Fíjate, aquí, en Barcelona, ​​un porcentaje muy alto de las personas que viven en la calle han sufrido palizas o agresiones. El dato más inquietante es que la mayoría de estas agresiones no han sido porque haya un grupo de neonazis organizados que sistemáticamente se dedican a hacer esto, sino llevadas a cabo por jóvenes que vuelven de fiesta y que mientras vuelven a casa se encuentran alguna persona en estas condiciones y, aunque no tienen ninguna ideología, solo porque sí, le apalean. El peligro o la amenaza para la convivencia no lo provoca un fanático que cree demasiado en sus ideas, sino precisamente este tipo de permisividad absoluta que excluye estas líneas rojas, este puñado de valores que son muy importantes para establecer una convivencia. Y es curioso, porque no era esa la intención de los grandes teóricos del movimiento posmoderno que finalmente han ido a parar aquí, ni mucho menos, precisamente reaccionaban contra los excesos del totalitarismo y defendían un espacio donde pudiéramos estar todos, pero al final es la paradoja de la tolerancia, si nos volvemos tan relativistas y lo aceptamos absolutamente todo, ¿Tenemos que aceptar lo que es intolerante? ¿Debemos aceptar lo que no admite este espacio donde pueda haber la diferencia?


 

«El peligro o la amenaza para la convivencia no lo provoca un fanático que cree demasiado en sus ideas, sino precisamente este tipo de permisividad absoluta»

 

Sí, parece que hoy en día todas las opiniones son validas y todo se rige por el relativismo posmoderno. Son actitudes que podemos ver a menudo en las redes. ¿Piensa que es el efecto del desencanto con el sistema? Quiero decir, si los que tienen el saber no nos han conducido hacia un mundo con menos injusticias, tal vez no tienen razón en lo que plantean, por lo tanto, nosotros buscaremos las soluciones …

En la campaña que precedió al referéndum para la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea hubo algunos momentos memorables en este sentido. Uno muy significativo fue que Michael Gove, uno de los principales defensores del Brexit, se enfrentaba en directo a un grupo impresionante de datos muy serios contra su postura: informe del Banco de Inglaterra, advertencias de algunos de los empresarios más importantes del país, estudios presentados por académicos, economistas y politólogos, manifiestos de los sindicatos, etcétera. Su respuesta fue: «La gente de este país está harta de los expertos, yo lo que defiendo es lo que la gente siente». Gove, que, increíblemente, había sido ministro de Educación de la Gran Bretaña a lo largo de más de cuatro años, responde que ya están hartos de los expertos, proclama que a la hora de tomar una decisión tan trascendental no deben fijarse en estudios complicados o largas descripciones y análisis de los hechos, no es necesario escuchar personajes de estos tan serios y aburridos. Nada de científicos o especialistas.¡La gente está harta de expertos! La decisión debe tomarse basándose, solo, en lo que cada uno siente. No escuche los expertos, escuchad solo sus emociones. Desvincular vuestras decisiones de unos supuestos acontecimientos reales. Los hechos, los datos objetivos, son irrelevantes, olvidarlos.

Me parece que es una falsa sensación de libertad, los expertos no sirven y yo puedo opinar de todo. Pero si te fijas, lo que hemos hecho es sustituir los expertos por los manipuladores, es decir, en el mundo de las redes sociales, que funcionan como cámaras de resonancia, yo diría que cuando se van sacando argumentaciones serias, lo que ocupa este lugar simplemente es el poder, o sea, todas las veces que decimos lo primero que nos viene a la cabeza, porque yo tengo derecho a decir lo que quiera, en el fondo, no lo he pensado mucho y estoy rechazando a los expertos y repitiendo lo que viene del fondo que yo considero ‘los míos’, como que ‘los míos’ dicen esto, tengo derecho a decir esto. Me parece que la renuncia a los expertos tiene que ver con la instantaneidad de la falta de pensamiento, lo que me llega más rápidamente al corazón, lo que está más de acuerdo con lo que siento.

 

En su libro Com ens enganyem, dice: «La cultura en sí misma, no es protección suficiente contra la barbarie, la Cultura -en mayúscula- no nos libera mágicamente del peligro de padecerla, sino que, de alguna manera, está involucrada en el proceso histórico que ha estallado tan trágicamente «(…) La barbarie puede convertirse en expresión de un determinado proyecto cultural».

Tan pesimista no soy (sonríe). Pero mirando un poco la historia, la cultura, leer mucho y, incluso, hacer filosofía o arte, no es un antídoto directamente contra la barbarie, los pueblos más cultos a veces han sido los más bestias o crueles. No todas las culturas son iguales, sino que tenemos que insistir en una determinada dirección de la cultura, es decir, a mis alumnos del instituto les digo: leed, leed, todo lo que leáis estará bien, cuanto más leáis, mejor, pero tal vez cuando seáis más mayores lo matizareis un poco. No todo lo que leemos es bueno: tenemos que saber qué leemos, como y cuáles son las cosas que nos pueden ir bien para construir nuestro pensamiento. Es evidente que en la Alemania de los años veinte y treinta, científicamente, culturalmente o artísticamente, incluso, eran refinados, pero esto no les permitió identificar la barbarie cuando se lo encontraron.


 

«A las alturas del siglo XXI todavía nos engañamos cuando pensamos que tomamos las decisiones de una manera ponderada o absolutamente racional»

 

Dice que a sus alumnos les plantea cuestiones que no son cercanas para que no puedan interferir en sus emociones. ¿Se piensa mejor y facilita la objetividad cierta distancia emocional y subjetiva?

Evidentemente, para mí, sí. No siempre tenemos que adoptar esta posición porque no podemos descomprometérnos del todo, pero hay cuestiones que a mí me interesa mucho que los alumnos se planteen y lo he experimentado. Si no se posicionan emocionalmente, piensan mejor. Puedo plantear una cuestión sin que ellos se sientan identificados y podemos hablar un rato muy largo siguiendo los razonamientos, en cambio, si de entrada se encuentran identificados en una de las posiciones, entonces ya defienden la suya. Es como si la razón fuera un poco esclava de los sentimientos. Es decir, si la postura es: yo ya sé cuál es la que defiendo, casi nunca en un debate en clase alguien dará la razón a los demás. La emoción ya te marca desde el principio: se te van ocurriendo argumentos a favor y los desarrollas, pero si piensas alguno en contra se suele callar. Si un asunto no me afecta identitariamente, somos capaces de pensarlo con garantías suficientes, pero si me afecta, creo que ya no es tan así. Diría que en el proceso pedagógico, en ciertos momentos, es bueno establecer esta distancia emocional, en otros momentos es al revés, el factor emocional es muy importante por el entusiasmo que aporta. A las alturas del siglo XXI todavía nos engañamos cuando pensamos que tomamos las decisiones de una manera ponderada o absolutamente racional, y no es así, la emoción no solo marca nuestra manera de pensar, incluso nuestra percepción.

 

En uno de sus libros, concretamente Soldats del no-res, analiza cómo es posible que jóvenes con vidas prácticamente normales sean instrumentalizados para una causa como es la yihad. ¿Qué reflexión podríamos hacer, del motivo que los conduce hacia la barbarie?

Llevamos todo el tiempo protestando sobre los que dan respuestas demasiado simples a problemas complejos (sonríe), entonces, yo ahora no lo haré. Veo algunas posibles líneas en este sentido, y una de las que más me interesa es que no veo que el caso de estos chicos sea la de una inflación de identidad, como dicen algunos posmodernos: las identidades demasiado fuertes conducen a la violencia. En el caso concreto de los que no son europeos y han sido educados en escuelas islámicas,  tal vez sí funciona así, pero en la mayoría de los casos en los que se han hecho atentados en Europa no creo que sea el caso, sino más bien lo contrario. Tengo la sensación de que son personas que por estar un poco entre un mundo y otro, ni el mundo de sus abuelos les sirve, ni el nuestro aún les acaba de acoger del todo. Hay un rechazo y esto se nota, los valores que tienen prestigio social no son los de su cultura de origen, como podrían ser en Marruecos o en Argelia, sino que son nuestros. Entonces, ellos hacen el esfuerzo para pasar hacia nuestro mundo, pero a la hora de la verdad se ve que aunque han hecho todo lo que pensaban que tenían que hacer, todo lo que les hemos dicho que tenían que hacer para ser aceptados, nuestro concepto de asimilación es un poco «te acepto, pero si te haces como yo». Creo que llega un momento en que están en una situación muy vulnerable, como en tierra de nadie; tengo la sensación que van en dos trenes, con un pie en uno y un pie en el otro, pero los trenes se alejan. En este momento, en el que existe el peligro de la delincuencia o la droga, llega alguien como estos captadores que explico en el libro y les ofrece justamente lo que no tienen, una identidad, y además una identidad que ya está construida, y se convierte en una acción directa y un tipo de vida con una comunidad en la que te tratan como un hermano. Me parece que el tema religioso es, quizás, el menos importante, al menos en los casos concretos que yo he ido estudiando. Diría que como muchos de estos chicos han nacido aquí y se han educado aquí, de alguna manera nosotros también tenemos parte de responsabilidad. No hemos sido capaces de inocular un antídoto suficientemente efectivo contra la barbarie.


 

 «El rasgo más característico de la posverdad no está tanto en el emisor que miente, sino increíblemente en el receptor»

 

La posverdad es otro tema que le inquieta, sobre todo en como incide de forma demoledora si hablamos de política y, por lo tanto, de democracia. La cuestión ya no es la verdad, sino la apariencia de verdad, no es tanto que el relato sea real sino que lo parezca.

Normalmente se utiliza el término posverdad como sinónimo de mentira. Cuando se acusa a alguien de posverdad se le acusa de mentir o de mentir diciendo a alguien lo que quiere oír, todo muy emocional. Me parece más perversa la posverdad, lo que hay después de la verdad, es decir, la verdad se ha acabado, ya no existe, por lo tanto ahora adoptaremos otros criterios para nuestro discurso, pero no la veracidad. ¿Y por qué es más perverso? Porque si se termina la verdad, su contrapartida, que es la mentira, también se acaba. El poder siempre ha mentido, Maquiavelo incluso dice que está justificado si favorece a sus intereses. Antes, si había una mentira, tú podías reclamar para que te dijeran la verdad, pero si ya no hay un criterio de verdad, entonces se ha diluido la posibilidad de una crítica. El rasgo más característico de la posverdad no está tanto en el emisor que miente, sino increíblemente en el receptor. Es como si en el mundo de la posverdad nos hayamos hecho todos la idea de que nadie nos dirá la verdad. Entonces lo que se hace es elegir las versiones de los que considero ‘los míos’, el relato. Pero ya sé que son falsos, como los anuncios, que sabemos que son mentira pero los aceptamos. Esta mentalidad se traslada a la política: como que son ‘ los míos’ los que mienten acepto su versión. Y claro, la base de la democracia es una información fidedigna, si no te llega esta información y llega manipulada, aunque luego respetes escrupulosamente todos los procesos de la democracia, ya está pervertido en la base, porque si te han engañado desde el principio ya no tiene sentido.

 

Dice que una de las cuestiones más inquietantes de la posmodernidad es como un efecto de embobamiento, quiero decir, que nos comportamos como si deseáramos ser engañados. ¿Hemos adoptado el autoengaño como consuelo de todos los males?

Esta cuestión es una de las más típicas del ciudadano contemporáneo, creer en el autoengaño, y parece mentira, nosotros que somos los más descreídos de todos, los que hemos superado todas las creencias y que si miramos atrás, a los medievales o los renacentistas, pensamos, ¿cómo es posible que se dejaran engañar con estas tonterías? Y ahora caemos en los más absurdos de los engaños, y esto es una constante.


 

 «Democracia no significa, creo, uniformidad de pensamiento, sino celebración de la diferencia»

 

Entonces, si ya no hay verdad, ¿Qué lugar ocupa la crítica?

Una parte muy importante del discurso político no se basa tanto en dar argumentos sino en crear  marcos mentales. Si de lo que se preocupan es de crear un marco mental desde su posición y tú vienes a criticarlo fuera de su marco mental, no escucharán tu razonamiento o justificaciones, simplemente, si estás fuera, te aplicarán una etiqueta y ni te escucharán. Normalmente cuesta encontrar un posicionamiento. A veces, cuando encuentras un mensaje político en la calle y no ves a qué partido político corresponde, no puedes percibir quien ha puesto, por ejemplo, la palabra libertad. Es como si fuera una batalla para conquistar un marco mental, yo represento la democracia, yo la libertad. Me gusta mucho como explica esto Hannah Arendt cuando habla del totalitarismo y dice: «El espacio es fundamental para la democracia», para que haya libertad tiene que haber un espacio para la diferencia, la esencia de la democracia es que haya alguien que no esté de acuerdo conmigo que lo manifieste públicamente y yo acepte esta crítica. Y con esta manera de conquistar los marcos mentales y descalificar a los que no piensan como yo hemos perdido este espacio que es el ágora de la democracia. Democracia no significa, creo, uniformidad de pensamiento, sino celebración de la diferencia.

 

¿Cómo le gustaría terminar esta conversación?

Pues agradecer esta conversación tan interesante. Lo que me gustaría resaltar, por último, es el sentido de mi investigación: como filósofo, lo que me interesa es denunciar la concepción moral de la posverdad. ¿Qué idea de hombre hay detrás? ¿Qué idea ética sobre cómo debe ser nuestra vida en común? ¿Cómo nos relacionamos con los demás? ¿De verdad consideramos que somos objetos que podemos manipular?

 


 

 

 

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