Escritora y bióloga
Licenciada en Biología, especialista en plantas. Aina S. Erice colabora como escritora en revistas de divulgación cultural como Paradigma, ThePlanthunter y el blog de La Térmica, entre otros. Es autora de Cuéntame, Sésamo (nueve historias sobre los poderes mágicos y reales de las plantas) y La invención del reino vegetal (historias sobre plantas y la inteligencia humana). Nos encontramos para la conversación en el museo Sa Bassa Blanca, un entorno donde naturaleza y arte se dan la mano.
Cuando accedemos a tu biografía lo primero que encontramos es: “Soy una curiosa compulsiva, intrigada por la psique humana y que disfruta comunicando ideas”.
Creo que la curiosidad forma parte intrínseca de lo que quiere decir ser humano; mi curiosidad, además, no es nada sectaria: aprendo prácticamente de todo y encuentro relaciones entre las cosas. Por otro lado, me gusta destacar mi fascinación por la psique humana, porque la lógica podría sugerir que una bióloga estará sobre todo interesada por la naturaleza no-humana… y no. Siempre me ha apasionado la antropología, la psicología, la relación entre el ser humano y el resto del cosmos, probablemente porque fui escritora antes de ser bióloga!
Tienes una relación especial con la educación y la naturaleza. De hecho, eres monitora medioambiental infantil. ¿Qué tipo de pedagogía desarrollas?
En la finca Sa Canova hacemos actividades para que los niños y niñas de Primaria puedan acercarse al mundo natural de la manera más inmersiva posible. De hecho, una cosa que nos gusta decir es que, aquí, aquello de mirar y no tocar no se aplica a las plantas. Les animamos a acariciarlas, a tocarlas, a husmearlas. Intentamos devolver a las plantas la relevancia que han perdido. Personalmente creo que es muy importante que las plantas no solo se entiendan como un objeto de estudio exclusivo de las ciencias naturales, sino que también se miren a través del arte, la literatura, la historia… todo está relacionado! Además, las plantas son una entrada muy amable para introducir este concepto tan de «moda», la interdisciplinariedad. Basta con rascar un poco para encontrar estas relaciones y que te entren ganas de continuar.
¿Cómo les enfocas el cambio climático y el tema de los residuos?
Siempre nos falta tiempo para tocar todos los temas que querríamos, pero nos gusta introducir el cambio climático cuando tenemos ocasión de entrar en el invernadero. Allí puedes dar una experiencia directa del «efecto invernadero”, y buscas metáforas que los ayuden a entender conceptos tan difíciles de imaginar como “calentimento global”. Como todos acaban sudando dentro del invernadero, les decimos que, cuando escuchen hablar de cambio climático, recuerden el calor que tienen ahora… y las ganas que tienen de salir [ríe]. En cuestión de residuos, al principio presentamos las reglas de funcionamiento de Sa Canova, y últimamente hemos introducido el concepto de residuo cero como un reto creativo, y muy necesario. En el resto de actividades destacamos cosas como la relación entre las plantas y la salud humana, o la importancia de la agrobiodiversidad.
«creo que es muy importante que las plantas no solo se entiendan como un objeto de estudio exclusivo de las ciencias naturales, sino que también se miren a través del arte, la literatura, la historia…»
En un artículo reflexionas sobre cual puede ser la causa de la falta de contacto de los niños con la naturaleza. En concreto, señalas como posibilidad la pérdida del lenguaje…
El lenguaje y las lenguas son otra de mis pasiones. Me fascina la idea de que la lengua que hablas influye de alguna manera en las cosas que piensas y en cómo las piensas, pero también en las que no piensas [ríe]. Si no tienes palabras para designar ciertas realidades, aquella realidad difícilmente puede existir para ti, porque el lenguaje no te llevará a observarlas ni a fijarte. Durante el siglo XX hemos olvidado muchas palabras para describir el mundo natural, porque las encontramos innecesarias; por otro lado, hemos perfeccionado un vocabulario científico-técnico muy preciso, pero que excluye a todo el mundo que no pertenezca al “clan biología”. Y, aunque me gusta el lenguaje científico, intento reivindicar el uso de estas palabras olvidadas que son, o han estado, en todo el mundo, para recuperar el encanto de la naturaleza a través de la lengua.
¿Hasta qué punto es preocupante que los niños conozcan el nombre de decenas de apps y que reconozcan las músicas de videojuegos y series televisivas, pero que se queden en blanco al preguntarles cuántos árboles conocen o como suena el canto de una abubilla?
No creo que sea directamente preocupante para ellos, si viven en una ciudad pueden tener vidas plenas y felices sin notar nada a faltar. Al mismo tiempo, tiene importancia porque sí que impacta directamente sobre el entorno y, por lo tanto, indirectamente sobre nosotros. Solo puedes cuidar lo que conoces, y difícilmente puedes conocer cosas que no sabes que tienen nombre. Cuando la hierba no es nada más que “hierba”, te es igual pisarla; pero desde el momento en que empiezas a decir, “ah no, aquí hay una leguminosa, aquí un diente de león…”, entonces ya no es “solo hierba”, sino una comunidad natural diversa y te relacionarás de manera diferente. Cómo es lógico, cualquier cambio te afectará, porque eres parte del ecosistema; si desforestas, tarde o temprano este hecho tendrá consecuencias, aunque vivas en la ciudad y no lo puedas ver .
«Solo puedes cuidar lo que conoces, y difícilmente puedes conocer cosas que no sabes que tienen nombre»
Dices que te interesa ayudar a las personas a que tomen conciencia del papel de las plantas en sus vidas. ¿Nos hemos despistado en este sentido?
Creo que antiguamente éramos más conscientes. Casi todo lo que comíamos antes, por ejemplo, salía de un huerto más o menos próximo, mientras que muchos de los niños que nos llegan no han visto nunca ninguno. Veo muchos centros educativos que hacen esfuerzos para introducir huertos escolares, pero cuando vivimos inmersos en la ciudad es muy fácil olvidar que todo está relacionado de alguna manera, material o inmaterial, con las plantas. Cuando compramos una mesita en Ikea, no nos paramos a pensar de donde sale aquel material (la madera no la han inventado los suecos!) de los árboles, sí, pero ¿por qué unos árboles concretos y no otros? ¿y por qué en Suecia y no en Marruecos? Antes veíamos al carpintero, o incluso que los árboles que se transformaban en mesas. Ahora estas relaciones están tan escondidas, que a veces es fácil olvidar que existen.
Decía Platón que el arte no era conocimiento porque era imitación de imitaciones. ¿Qué te parece la ficción que desde la subjetividad representan los artistas hacia la naturaleza?
Es fascinante reseguir los casos de desconfianza en referencia al arte dentro de las ciencias naturales. Cuando aparecen las cámaras fotográficas, por ejemplo, muchos piensan que una foto capta “la verdad” mejor que la ilustración botánica de una planta, y durante un tiempo se produjo una especie de locura transitoria que creía que las máquinas nos darían la verdad, a base de datos. Aun así, a veces una ilustración botánica bien hecha puede darte información más “verdadera” sobre una planta, puesto que puede representar un individuo ideal, destacando los “rasgos esenciales”. Una fotografía te muestra un único individuo, y si justamente se aleja del que es normal para aquella especie, te puedes hacer una idea distorsionada. Si lo piensas bien, la objetividad en sentido estricto no puede existir, porque nosotros no somos objetos, sino sujetos. Desde el momento en qué tú eliges representar algo, ya estás aplicando un filtro de interpretación. Creo que Platón no iba del todo errado, pero en realidad todo lo que percibimos es, en cierto modo, una ficción: si nosotros tuviéramos los ojos de una mosca, veríamos las cosas muy diferentes.
«Cuando vivimos inmersos en la ciudad es muy fácil olvidar que todo está relacionado de alguna manera, material o inmaterial, con las plantas»
Es curiosa la evolución de la palabra “cultura”, que en su sentido más primario era cultivar la tierra. En el Renacimiento este término se utilizó para denominar el proceso formativo exclusivo de los artistas, filósofos, escritores… ¿Nos hemos ido olvidando de su sentido más primario?
La cultura así como lo entendemos hoy, un “cultivo del espíritu”, solo puede existir cuando tienes gente que está labrando la tierra por ti; y, paradójicamente, el campesino que hace cultura, en el sentido literal de la palabra, se convierte en el estereotipo (antiguo, y no tan antiguo) de la persona inculta. Creo que es importante reivindicar la sabiduría humilde que vive cerca de la tierra, de los ritmos agrícolas y naturales. Aun así, las generalizaciones raramente son buenas, y tampoco me gusta idealizar el pasado. Al fin y al cabo, si hemos llegado dónde hemos llegado, es porque no hemos pensado en cuidar aquello que tal vez merecía la pena cuidar. Por otro lado, no creo mucho en una idea de cultura que separe y deje de lado las ciencias: saber quién es Isaac Newton es (o tendría que ser considerado) cultura general, tanto como saber quién escribió Don Quijote. Cualquier separación hace que tu visión se empobrezca, porque dejas de ver relaciones, y las cosas más fascinantes nacen a partir de relaciones.
¿ Nos ha afectado la tecnología en este sentido en este sentido? Hoy en día todo es muy visual…
No me sorprendería nada que tenga un impacto, y no indiferente. La tecnología digital allana los estímulos, que solo entran por los ojos, y la experiencia se vuelve casi monodimensional. En este sentido, creo que tener un huerto escolar es genial, y no solo porque las plantas te entran por los cinco sentidos, sino porque tienen un elemento de temporalidad que tú no puedes controlar. Siempre decimos a los niños que trabajamos con museos vivos, porque si vienes en noviembre no verás lo mismo que si vienes en marzo; nuestras “obras de arte” están en constante cambio.
«Creo que es importante reivindicar la sabiduría humilde que vive cerca de la tierra, de los ritmos agrícolas y naturales»
A pesar de que es obvio que no hay ciudad si no hay campo, ¿Tenemos suficientes conocimientos y diagnósticos de nuestras ciudades respecto al cuidado con el medioambiente?
Noto a faltar una educación urbana ambiental y que haya plataformas dónde te puedas formar e informar sobre la gestión y el cuidado de la naturaleza urbana. Los árboles de las calles, por ejemplo, son habitantes de la ciudad como nosotros, pero pocos sabemos qué necesitan ‘realmente’ para tener una buena vida allá dónde los hemos sembrado, y tampoco sabemos dónde conseguir esta información. Por eso, al final muchos opinamos sobre la gestión de la naturaleza urbana a partir del “me gusta” o “no me gusta”. Por otro lado, a mí me ha sorprendido descubrir muchas familias que no han salido nunca de la ciudad y niños que no han visto campo en su vida. Su idea de naturaleza es un parque urbano! Y aquí, creo, es donde debe de entrar la educación, abriendo ventanas mentales para ayudarlos a imaginar y a descubrir una naturaleza más compleja, e infinitamente más interesante.
En tu primer libro La invención del reino vegetal mezclas cultura, historia y arte con los saberes botánicos y su relación con el ser humano a lo largo del tiempo…
Este fue un proyecto curioso, una propuesta del filósofo y amigo José Antonio Marina, que tampoco cree en la separación entre ciencias y humanidades. Apenas acabada la carrera, José Antonio me propuso escribir un libro que estudiara las relaciones entre la inteligencia humana y las plantas… y así lo hice. El libro tiene partes dedicadas a relaciones muy materiales, como el uso de plantas como alimento, como elementos de construcción… y relaciones más simbólicas, en las cuales la imaginación juega un papel fundamental. Ea apasionante analizar las cosas que hemos deseado los humanos, como las plantas afrodisíacas, o plantas “amigas de la fertilidad”, en lugar de buscar, por ejemplo, plantas que nos hicieran más inteligentes! A partir de las plantas, llegas a reflexiones sobre las escalas de valores humanas, a conocer un poco mejor quién es el Homo sapiens a partir de sus relaciones con el mundo vegetal.
Para acabar, ¿Es la contemplación el mejor regalo que podemos ofrecer a la naturaleza?
No sé si es el mejor, aunque lo pondría en el Top Ten [Sonríe].
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