¿Puede alguien vivir sin contar o ser contado por otros? “Los otros te ven como realmente tú eres” me decía alguien una vez. La necesidad intrínseca de comunicarnos con los demás para dar cuenta de nuestras vivencias y en cierta manera, todo loque nos liga a nuestra condición física y emocional, obedece al hecho irrevocable de pertenecer a esa especie de seres pensantes, vinculantes, abocados por y para el contacto. Pero comunicar, no es tan solo intercambiar cromos como quien juega con otros, es también ser escuchado por uno mismo. Sí, todos sabemos que en compañía seguimos hablando con nosotros mismos, pero quizá cuando cerramos la puerta de nuestra casa, la habitación o nuestro querido contexto solitario sea cual sea lo que nos permita esos momentos de charla mental nada nos interrumpa tanto. En el último ensayo de Belén Gopegui leemos un párrafo sobre otro libro del filósofo Jesús Mosterín: “Racionalidad y acción humana”: «Con frecuencia no está nada claro qué es lo que quiero, ni siquiera para mí. El yo es una construcción hipotética a partir de múltiples episodios dispersos de consciencia. En cualquier caso, es la punta apenas entrevista de un iceberg cerebral, la mayor parte de cuyo procesamiento de la información es inconsciente. Nuestro cerebro, a su vez, es el resultado chapucero de la yuxtaposición de sistemas distintos de procesamiento de la información, sistemas surgidos en épocas diferentes para resolver problemas dispares. A veces parece una empresa mal avenida, en la que distintos comités toman decisiones opuestas, lo que puede conducir a la parálisis práctica. El yo con planes y voluntad propia no es algo dado, sino algo construido o por construir».

Este es un ensayo que va de eso y lo anuncia Gopegui de manera explícita en el subtítulo que coloca en letra pequeña a pie de título PEQUEÑAS HERIDAS MORTALES Y aquí van las minúsculas: “o algunas maneras de llevarse la contraria”. En él nos encontramos con siete disertaciones o modos de entenderse a través de otras escrituras, o series como Cobra Kai que podría parecer banal pero que describe de manera acertada el por qué nos gustan en cierta manera los “malos” aunque nuestros valores sean otros hay un sentimiento hacia el bueno de que “ir de buenas es distinto de ser bueno” y que el bueno está a veces a un paso de ser el malvado y que a veces, nos colocamos fácilmente en otros lugares porque la ficción nos permite eso, El: Y si YO fuera este, el malo no tan malo, el malo al que la vida no le ha tratado tan bien.
La lectura es aproximadamente diez veces más rápida que una conversación. Que esto sea así resta tiempo a la reflexión en cuanto a ese aspecto, pero por otro lado, el ahorro de tiempo permite espacio a otras formas de aprendizaje, de comprensión de uno mismo, de consideración. Implica una contribución de aprendizaje y Pequeñas heridas mortales nos muestra cuál es la gama de probabilidades y espacios de movimiento, y lo hace sin que los interlocutores estén en situación de amenaza y tensión; un ensayo enseña, propone, muestra al lector un vasto catálogo de posibilidad de acción, facilita identificar, tener la capacidad, la amplitud de miras para comprender un modelo que no es el de uno, sin estar en la tensión de tener que defenderlo.” Las cosas que se predican de los personajes no equivalen a las cosas que se predican de las personas” apunta acertadamente Gopegui “Los personajes que matan no matan, los personajes que lloran no mojan tu abrigo con sus lágrimas”.
Hay en el ensayo un capítulo con el que uno de mis yoes está firmemente anclado y es al que Gopegui titula: El sentido es imaginado. Las epopeyas como modo cotidiano de ser en algo concreto. Esas “batallas” quijotescas en las que por contexto a veces se libran en solitario por un bien colectivo o las promesas, qué bien cuenta el valor del compromiso Marina Garcés en su último ensayo El tiempo de la promesa, “Las promesas son una acción de la palabra que (…) enlaza temporalidades”
Hacer lo que uno dice que hará, qué fácil se lee y qué fácil se cae. Abogo por esas pequeñas acciones cotidianas que suman o en algunos casos restan donde hay que restar por convicción, equivocada o no, también cabe en esa acción el encuentro con ese error desde el afuera hacia dentro. Lo explica aquí Gopegui de manera excelente:
“Dicen que el verbo es una diferencia. Andar, llover, reír. Después de que andes, de que llueva, de que nos riamos, siempre algo ha cambiado. En cambio, los propósitos en forma de palabras me gustaría que los tomes como lo que son, pájaros a punto de echar a volar si un movimiento los espanta, o si es mucho lo que impide que se lleven a cabo. Sin embargo, estuvieron, los dijimos y algo de esas palabras nos obliga. El segundo sentido, o propósito, es entonces una negativa a la dejadez y a quedarse en la tristeza. No porque no existan razones, sino porque existen”.
Crédito de la fotografía:: Álvaro Minguito
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